Juan Antonio Guerrero

  Como Eduardo Momeñe me dijo una vez, no soy un fotógrafo de series. Esto implica dificultad a la hora de editar conjuntos de imágenes, habiendo tenido una trayectoria fotográfica tan corta. En un principio, mi herramienta principal para hacer que mis imágenes casaran unas con otras era la similitud estética. Más adelante las circunstancias de la vida y de cómo me he ido desarrollando fotograficamente, me han llevado a pensar que eso era un tremendo error. Los patrones estéticos adoptados como manierismos efectistas para hacer que el trabajo de uno parezca un gran trabajo, empezaron a ser no una ayuda sino un tremendo impedimento a la hora de crear un discurso íntimo acerca de cómo mi vida se posiciona en el mundo.             Rompiendo con esos vicios robados a algunos autores, empecé a fotografiar anarquicamente y con la compulsividad que siempre me ha caracterizado. Este nuevo posicionamiento me dio una libertad sin la cual hubiera caído en el hastío más profundo. Así, con una nueva manera de observar y recoger el caos de la vida, mis fotografías han empezado a acumularse en un cajón desastre en el que observo mi realidad fragmentada. Fragmentos que van de lo más íntimo a lo más superficial.             Considero que esta manera de fotografiar y de editar permite que sea la propia fotografía la que descubre un mundo a partir del pulso del autor y no que sea el autor el que, haciendo un gran ejercicio de doma, cree un mundo nuevo irreal a partir de referentes ilusoriamente reales.             Dejar que la cámara te cuente al oído cómo es tu mundo es parecido a preguntarle a Sileno por su sabiduría. Gracias a Dios, se puede editar el trabajo, ocultando y desvelando a tu antojo. De no ser así, pereceríamos ante nuestra propia visión.             Fotografiar es un peligroso juego de máscaras en el que, inevitablemente, la parte más importante se escapa de nuestras manos.