BECAS

Camila Svenson (Brasil)

You will never walk alone

Este es un proyecto sobre los adolescentes de Husavik, un pequeño pueblo de pescadores en el norte de Islandia. Estuve allí un período de dos meses al final del invierno y decidí que quería conocerlos y documentar sus vidas.
La primera semana estuve en una “pizza party” en la casa de Ruth—la primera chica a quien fotografié. Es más alta que yo, sabe hacer pizza y siempre pone susrecetas en Snapchat. Nunca me había sentido tan nerviosa. Mis manos sudaban y mi corazón palpitaba con fuerza. Sentía que había entrado a un colegio nuevo en la mitad del año escolar y que me habían lanzado a una fiesta en la que no conocía a nadie.

Les hice preguntas estúpidas. Olvidé que estaba allí para fotografiar y solo quise caerle bien a esas chicas. Olvidé que ellas tenían 16 años y yo 26. En las siguientes semanas conocí a más chicos. En Husavik no sucede mayor cosa. Nunca te pierdes y todas las calles te llevan al mismo lugar. El viento te corta la cara como si fuera vidrio sólido. Apenas la nieve comienza a derretirse y sientes el sol en tu cuello, llega otra tormenta y te quedas encerrada en casa, así ya sea mayo. Las ventanas son grandes, las casas y las calles simétricas, nunca oscurece. A las 2am un extraño tono azul impregna el cielo, y sientes que estuvieras en un sueño inquietante.

Húsavik está rodeado de montañas más azules que el mar. Hay una pequeña bomba de gasolina donde la gente va por hamburguesas y perros calientes. Hay una piscina y un restaurante de comida china. Los extraños me sonríen en la calle— he escuchado que es una costumbre islandesa-.
Cuando los niños se aburren, salen a dar vueltas en carro. Me recuerda a mi ciudad natal en Brasil. Allá también salíamos a manejar. Somos las mismas personas.

Entro a sus cuartos y les hago retratos. Conversamos de dinosaurios y terremotos. Le pregunto a una de las chicas qué chico le gusta, y me dice que le acaba de romper el corazón. Yo le digo que a mí también me lo acaban de romper.

Me invitan al baile municipal. Me emociono mucho. Me pongo un vestido negro y llego al lugar a las 10pm.
Hay una cola larguísima afuera y me acuerdo de los bailes de quinceañeras a los que íbamos. Todo el mundo está tomando de botellas de plástico.

Me sé las letras de todas las canciones. El pequeño recinto de madera se llena de jóvenes bailando. Se ven tan felices. Se abrazan en grupos grandes mientras saltan y cantan Bon Jovi. Yo también me siento contenta, y entiendo por primera vez que no pertenezco allí. Acepto que siempre seré una “outsider”, una extraña—y por primera vez eso siente normal.

Al final de la fiesta, dos chicos comienzan a pelear afuera. Ya casi amanece y se pegan puños entre la niebla. Les tomo una foto. Todos se conocen desde que son bebés. Los envidio un poco: están menos conscientes del tiempo que yo. Creen que las relaciones son infinitas y a nadie le preocupa crecer.

Quiero fotografiar todo eso como una parte de mi vida que he perdido—el estar tan presente, sentir una conexión con los amigos, los amantes y el pueblo que es tan grande que crees que nunca va a cambiar.

Le tomo una foto a una chica en su cuarto y en la pared blanca ha escrito, “you will never walk alone.” [Nunca caminarás sola]
Caminamos un rato largo con Birta—una de las chicas. Vamos a comer helado y al día siguiente vuelvo a Sao Paulo. Cuando estoy en el aeropuerto recibo un mensaje de texto: Ya me haces falta.

Quizás no era tan invisible.

Trato de fotografiar sus vidas como si estuviera creando un recuerdo desde mi propia nostalgia. Siento que estoy enloqueciendo y que ya no me acuerdo ni quién soy.

Una semana después de haberme ido, cuando finalmente llega el verano, un hermoso chico se suicida. Me siento extraña y me da rabia con él. Nunca lo fotografié, pero estaba allí. Estaba bailando en el baile municipal y probablemente cantando Bon Jovi con todos los otros chicos.

Siempre será un joven.

No entiendo en qué punto han comenzado a marchar mal las cosas. Me gustaría haberle hecho un retrato.
Sería una gran fotografía.


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