Ángel Guirao
Nací en Madrid a finales de los cincuenta. Quise ser piloto, Premio Nobel de la Paz, indio mejor que vaquero, cómico como mi padre (que era ingeniero) y otras muchas cosas más. Por el momento me conformo con lo que soy, el padre de dos mujeres maravillosas.
Tras un bachillerato desastroso comencé a estudiar Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid allá por los años setenta. Lo mejor de aquellos años fueron conocer a la que hoy es mi mujer, un par de buenos amigos y la vida de estudiante, por ese orden.
Terminada la carrera conseguí una beca para realizar una tesis doctoral en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. La muerte de mi madre y un MBA en ICADE cambiaron el rumbo de mi existencia. En febrero de 1989 me contrataron en una agencia de publicidad llamada Contrapunto como ejecutivo espabilao.
Funde a negró, como decía mi director de producción audiovisual, y en 2003 era director general; pero como quería ser califa en lugar del califa, me lié la manta a la cabeza y acepté embarcarme en un proyecto de agencia de comunicación llamado Shackleton como socio y director general. Después fui vicepresidente en Zapping y me dedique a escribir una columna en Expansión, hasta que a su director lo pusieron en la calle, a dar clase en TAG y muy especialmente a un proyecto colectivo e incluso familiar que se llama Vecinos por Torrelodones, que surgido de la nada y hoy gobierna ese municipio de en torno a 25.000 habitantes a 30 kilómetros de Madrid, y donde le hemos dado una vuelta completa a todo lo relacionado con la comunicación y la publicidad.
Carezco de habilidades especiales para casi todo y soy un organismo unicelular en el campo tecnológico, pero me gusta leer, navegar, todos los deportes de raqueta y hacer como que le doy al golf.