ALUMNOS

Tierra y Humo


En el poniente boliviano las montañas están vivas. Son respetadas y temidas por los habitantes de estas tierras desde hace siglos. Los mineros y mineras de la ciudad de Oruro las conocen bien; de ellas obtienen el mineral, fruto del duro trabajo que realizan cada día, que les permite alimentar a sus familias.

El trabajo de una persona en las minas de Oruron o es un trabajo cualquiera; cuando se adentran en las entrañas de la tierra, entre polvo, humo, piedra y azufre, no saben cuándo van a salir, si conseguirán mineral suficiente para poder llevar dinero a casa, cuántos sacos de piedra tendrán que cargar a la espalda o cuánto se resentirán sus cuerpos.

La forma en la que desarrollan el trabajo en las cooperativas mineras bolivianas es totalmente rudimentario y artesanal. La única tecnología con la que cuentan son las lámparas y la máquina para abrir nuevos caminos dentro de la mina. Todo lo demás es igual que en los tiempos de los Urus, habitantes originarios de estas tierras que ya extraían mineral de los cerros.

Oruro es una de las primeras ciudades bolivianas en las que las mujeres han conseguido entrar a trabajar en el interior de las minas. Hace algunos años, se creía que traía mala suerte que una mujer ingresara en la mina, por lo que a ellas se les reservaba el trabajo de picar el mineral en el exterior. Actualmente, las mujeres pueden hacerse socias de las cooperativas y trabajar igual que los hombres, aunque todas las que trabajan aquí son mujeres cuyos maridos formaban parte de la cooperativa y, o bien por su fallecimiento o por su abandono, ellas aprovechan su ficha para entrar a trabajar.

El trabajo que realizan las mujeres mineras es igual al que realizan los hombres pero, al llegar a la mina, ellas llevan horas despiertas trabajando en sus casas y atendiendo a sus hijos e hijas y, al marcharse, continúa su trabajo en el hogar.
Ellas consideran un avance el hecho de que puedan ingresar a trabajar en las minas con las mismas condiciones que los hombres, pero son conscientes del doble trabajo que hacen por ser mujeres y madres.

Los mineros y mineras bolivianas cuentan que en las minas vive un demonio, el dueño de las minas, el que cuida de ellas. Es al Tío de la Mina a quien debe rendírsele culto aquí dentro, donde no llegan los dioses, donde las personas están incomunicadas, donde no existe el tiempo, ni la luz, ni el aire.

El Tío de la Mina cuida de ellos y es a él a quién dirigen sus ofrendas y a quien piden, cada vez que entran, volver a ver la luz del sol, regresar un día más a casa con vida.


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