ALUMNOS

Los Cost

La tierra es una vulgar esfera. Un desgraciado objeto geométrico cuya superficie carece de esquinas, límites o puntos singulares que merezcan una atención especial. Pese a que desde la antigüedad se sabía con certeza que la tierra no era plana, esa creencia se ha mantenido viva durante la historia en las fantasías mitológicas, porque es mucho más emocionante pensar en el mundo como un plato, apoyado sobre el lomo de una gran tortuga, con una cascada infinita por la que se precipitan los exploradores más aguerridos, que en una vulgar esfera.  

Hemos alcanzado el fin del mundo, y allí no hay nada en particular. Podemos darnos la vuelta o seguir hacia adelante que, en cualquier caso, llegaremos al mismo punto y en el camino no encontraremos un sólo lugar que no haya sido pisoteado previamente por el hombre civilizado. Estamos en el final de una era en la que la humanidad ha sacrificado a sus mejores hombres en la exploración de terrenos desconocidos. Hoy, sin embargo, está todo descubierto y los mejores hombres están tranquilamente sentados en un sofá,  observando el mundo a vista de pájaro.  

Los científicos han sembrado el cielocon una multitud de satélites que se dedican a fotografiar minuciosamente la superficie del planeta. La angustia Google Earth esla gran enfermedad del sueño. Gracias a la tecnología cada vez tenemos una imagen más precisa del mundo. Están desapareciendo las zonas oscuras y con ellas el principal alimento de la imaginación.  

La raza humana está encerrada en su propio planeta, como en una celda de la que conoce hasta la última imperfección de la pared. Al perfecto diagramado de la superficie de la tierra hay que sumarle el destierro del hombre de los viajes al centro de la tierra o de la exploración del espacio. Ahora, son las máquinas las que se encargan de realizar el trabajo peligroso, teniendo el privilegio de llegar a los confines desconocidos del universo. El hombre es demasiado frágil para estas gestas, ya no se le permite enfrentarse con los poderes desconocidos. Hemos sido relegados a procesar información de segunda mano.  

Cuando Cristóbal Colón se coronó como “el descubridor” el mismo concepto de descubridor perdió su sentido. Él no fue el primero en poner el pie en América, dicen que antes estuvieron los vikingos, pero estos no volvieron. Colón estableció la primera ruta comercial y será recordado por abrir la puerta para que los menos intrépidos pudieran transitar de manera segura por el nuevo mundo. Las grandes rutas comerciales son el presagio de las modernas rutas low cost, y estas la culminación del gran proceso de desaparición de la épica.  

Low cost es el final de los viajes iniciáticos. Melville escribe el principio de un gran viaje de la siguiente manera: “Llamadme Ismael. Años atrás —no importa cuanto hace exactamente— con poco o ningún dinero en mi bolsillo y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que podría navegar por algún tiempo y visitar la parte acuática del mundo.”  

El verdadero viajero es como Ismael, que viaja para no volver o para volver siendo otra persona. Sin embargo, el viajero low cost no se enfrenta al mar como metáfora del universo insondable sino a lo infinitamente conocido. Al igual que Ismael, también lleva unas pocas monedas en el bolsillo pero no por pobreza o por desinterés a los bienes terrenales, sino porque cada una de sus rutas ha sido perfectamente planeada dejando sin lugar a los imprevistos.  

Low Epics es un concepto desolador; acompaña como un corolario necesario a la sociedad volcada con los viajes low cost. Representa el fin de la historia, el hombre condenado a deambular por un mundo perfectamente dibujado. A poner sus pasos sobre las huellas de los que estuvieron antes que él. A no tener la necesidad de mirar hacia al horizonte; porque allí ya hemos estado.  

La maleta del verdadero explorador siempre tiene objetos de más, lleva consigo aquellos instrumentos que puede necesitar en el caso de afrontar una situación inesperada. Sin embargo la maleta del viajero low cost siempre tiene cosas de menos. Sólo lleva equipaje de mano, para evitar esperas innecesarias. Y en él, no puede llevar ningún objeto peligroso. Paradójicamente aquellas cosas que pueden servir a un aventurero para sobrevivir frente a una situación crítica son los que en ningún caso le están permitidos al viajero low cost. No puede llevar ni cuchillos, ni arpones, ni brebajes que combinados puedan provocar una explosión.  

¿Qué hace Isabel Tallos entre esos ejércitos de soldados inofensivos, cuya principal arma es una muda limpia? ¿Qué herramientas secretas transporta en su maleta que le permite n llegar a lugares a los que otros no llegan?  

El viajante contemporáneo hace la maleta como quien ejecuta un ritual. Las nuevas formas no permiten transportar arcones-armario, donde caben todos los enseres sin selección ni escrutinio. Hay que minimizar espacio y peso. Todos los elementos deben ser combinados en su justa proporción, para que el equipaje pueda satisfacer las necesidades mínimas del viaje.  

El modelo de maleta low cost es un saco, donde las primeras cosas que se meten son las últimas que siempre se sacan. Así pasa con los recuerdos; los más frescos son los recientes mientras que los del pasado hay que escarbar en la mente para encontrarlos. Sin embargo, a veces, de repente aparecen de manera inesperada imágenes-recuerdo que no pertenecen a las sensaciones más recientes. Esas imágenes desubicadas son precisamente germen de todas las fotos de Isabel Tallos.  

Ella no crea mundos fantásticos, ni se deja llevar por su inagotable imaginación creadora, produciendo imágenes desde la nada. Su cruzada low cost es mucho más sutil y compleja. Parte de la realidad de todos, viaja por las mismas rutas que todo el resto de los mortales. Pero utiliza su equipaje para transportar pedazos de un sitio a otro, y así desordenar un mundo que otros se han encargado de ordenar tan minuciosamente ahogando su singularidad. “Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituye un cierto y cuidadoso desorden.”, vuelve a decirnos Melville, en su narración de la gran aventura de Ismael. No hay otras palabras que respondan con más precisión al modo de trabajo de Isabel.  

El viaje low cost tiene los minutos contados. Hay que ahorrar cualquier segundo en los traslados, en el check-in, en la salida. Porque el viaje ya no es viaje sino desplazamiento. Es lo más parecido a un túnel del tiempo. Cerrar los ojos, apretar los dientes, unos instantes... y como por arte de magia nos encontramos en el otro lado del mundo. Al descender del avión el viajero low cost se afana en visitar aquello que le han recomendado. Se decepciona si su impresión difiere de lo que le han contado. Se enfada si las cosas no son como deben ser. Proust responde a esto: "(...) el placer específico de un viaje no estriba en poder apearse donde uno quiera ni en pararse cuando se está cansado, sino en hacer la diferencia que existe entre la partida y la llegada no todo lo insensible que nos sea dado, sino lo más profunda que podamos (...)."   

Los viajes son juegos de diferencias y son precisamente las diferencias las que producen el significado a las cosas. Ninguna imagen tiene sentido sino a través de la relación de diferencias con las demás imágenes. El placer proviene por tanto al introducir nuevos elementos y relaciones en nuestro imaginario, generando con ello nuevos significados ocultos hasta el momento. Las fotos de Isabel Tallos hacen explícito este juego de diferencias. Trabaja con las imágenes de manera cruda, yuxtaponiendo la verdad  a la falsedad, para crear con ello nuevos sentidos de aquellas cosas que parecía que habían agotado su significación.  

En su proyecto Low Cost Isabel Tallos ha renunciado a la épica de los viajes. No hay nada grandioso en sus gestas. Elige destinos y alojamiento confortables porque ella ha vencido al desasosiego que provoca la imagen del mundo como celda. Se siente cómoda en los lugares mancillados por hordas de turistas low cost, porque ella parte con ventaja; ha aprendido a sentarse con calma y esperar que surjan las imágenes de su equipaje para fecundar los espacios de cuidadoso desorden.    


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